Nuestras lenguas no se mueren, las matan, sentencia Yásnaya Aguilar Gil, lingüista, escritora y traductora en La sangre, la lengua y el apellido. Yásnaya pertenece al pueblo mixe, nació y se crio en Oaxaca (México) y desde el corazón de ese territorio interpela la razón del saber capitalista, colonialista y patriarcal.
Las lenguas que hablan las poblaciones necesitan de un suelo donde crecer y vivir, sin tierra no hay tal vida. Como pueblo que reside en un territorio de conquista y como habitantes que resisten al despojo, el discurso de Yásnaya entronca con la tradición anarquista porque interpela la responsabilidad del Estado en el saqueo.
Aquí veremos como la imposición de una cultura pretendida universal borra a los pueblos que son colonizados por el Estado, y que esa supresión se manifiesta en empresas de pillaje en la geografía y de asesinato de sus pobladorxs.
No es casual que sean los pueblos indígenas quienes desafíen a los proyectos neo-extractivistas, porque han sido guardianes. Y ahora que el capitalismo necesita de más territorios, su defensa se vuelve también resguardo del medioambiente y por tanto de la vida.