Hay algo de inasible, de fuga difusa, que marca estos poemas que Al fondo hay un jardín nos entrega. No se precisa, la voz no instala grandes temblores o altisonancias, y sin embargo canta desde la orilla de una juventud que se sabe, también, en escape veloz.
Al fondo, antes, desde abajo o en la altura, pequeños ritos de percepción y un decirse constituyen a esta voz cuando lucha en la marcación de su territorio. Pertenencia, amigos, trabajos, infancia de casa, suburbio y calle de tierra hacen a la memoria que vuelve e irrumpe por destellos. Pero también, la conmoción ante eso que excede: cambios de estación, aires repentinos o un amor que vuelve y se pierde.
Bellamente, sin pretensiones, como la noche clara o el florecimiento de los paraísos, estos poemas nos llegan y se quedan en nos: nos alcanzan. Posiblemente esta maravilla suceda porque la mirada de Forne anida para acopiar sin temor materia sensible y, como dice su poema, es una piedra dócil y filosa el corazón.
— Prólogo escrito por andi nachon