«El Padre I dio instrucciones de que tenía que llevar una medalla de la Virgen en mi teta izquierda y estaría bien. Cuando mi madre me lo contó apreté la carcajada. Pensé que era una ridiculez, pero leí en cada movimiento de su cuerpo, en la urgencia por abrir la cartera para encontrarla y entregármela, en sus ojos de pollo mojado, pollo asustado, pollo que ve venir al dueño del criadero a partirle el cuello para hacerlo guiso, y no me quedaron dudas: mi madre creía en eso». La medicina se había pronunciado: carcinoma de alto riesgo. El suelo se abrió y casi la tragó la angustia cuando miró a su hijito de un año y pensó que podía morirse antes de que creciera. Y entonces llegó su mamá.
Ángeles Alemandi cuenta con gracia, con ritmo, con dolor y con humor su periplo en el mundo de la enfermedad. Y el de su madre, que fue y volvió con medallitas, oraciones, estampitas, amuletos, inciensos y aguas benditas de todos los santuarios, todas las vírgenes, todos los curas sanadores y de un buen par que la iglesia no aprueba también.
Ángeles Alemandi hace una crónica poderosa porque sabe: escribe. Y porque su madre —como cantaban los Redondos en “Canción para naufragios”— regida por el verso “mami elimina el error”, se internó en la patria del milagro, incansable, loca, tiernamente.
Rally de santos es una epopeya del amor materno.
Gabriela Cabezón Cámara