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Descripción

En el antiguo mundo el breviario fue creado como un compendio de salmos, de oraciones, de relatos de vidas ejemplares para que todas las horas del día y las estaciones del año vivieran su liturgia. No había palabra que no consagrara un instante. De aquel gesto, este breviario de María Aranguren conserva en cada poema el destello de un momento. Pero cae la luz del tiempo sobre las páginas y las palabras. Esa luz las vuelve amarillas y en el color perdura, marca ardiente, el aura de lo que ha pasado: la extrañeza, la atención, la extravagancia del día. Y, sobre todo, el paso tenue de alguna belleza que casi nadie ve, porque al mismo tiempo es el ave y la letra y el breve son de la bilabial: “En el alambre / un benteveo vibra”. En su escritura, la poeta aprendió del haiku japonés el ritmo concentrado del acontecer (“Tibio limón / curvando el destino / de una mano”) y del limerick inglés pulsó el absurdo de un acto inesperado: “Morder con la facilidad / de un caballo / no siendo / caballo”. La poeta contempla lo real como una extranjera que traduce a su lengua propia lo que damos por sentado en el idioma común: “Donde las plumas / tuercen los dedos. / Ahí, amanecer”. Y toma una instantánea de improviso y cambia la música de lugar: “En mi ciudad / los padres pasean / jaulas con animales / dorados”. Así la lengua misma se da vuelta como un guante que se mira del revés. María Aranguren hace magia en la brevedad amarillista de este breviario: su poesía de lo mínimo incrementa y dilata el mundo.