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Descripción

¿Cómo narrar lo inenarrable? ¿Lo que no tiene nombre, al decir de Piedad Bonnett? Toda tragedia trae su propio subrayado, y Viviana García Arribas, como narradora hábil, lo sabe. Como sabe que el tono lo es todo. De modo que elude cualquier golpe de efecto y ha encontrado, en una economía perfecta, el modo de contar esta historia. Como quien descansa en un pie y luego en otro, alterna tonos —ajustando la distancia con el objeto narrado— y trae en la forma del guion cinematográfico aquello que solo puede mediarse tras una lente: una pérdida atroz.

Toma la forma del diario para torcerlo; la de las memorias para pulverizar toda solemnidad. Más bien parece un cuaderno de notas en vías de convertirse en otra cosa. Nos cuenta una historia y, también, su procedimiento. Nos propone, en la lectura, un momento de intimidad tal que queremos dejar el libro para abrazarla. Me corrijo: en la lectura, estamos abrazándola, como nos pasa con los buenos textos.

La distancia es lo que le permite escribir estas páginas al sumergirse —y embarrarse— en la memoria familiar, ese tesoro. En cada frase, la austeridad domina y, por eso mismo, la autora deposita en la experiencia de la lectura toda emoción. Genuina, profunda, reflexiva. Nos muestra cómo lidiar a diario con recuerdos, con miniaturas encontradas en la memoria, fragmentos que a veces son fantasmas amables, componedores y, otras, no. A veces son risas; otras, fotos que no podemos mirar.

García Arribas escribió —como buena cinéfila— una historia que deja mucho fuera del ojo de la cámara. Carga el texto de silencios que saben decir, que impregnan. Cuando su mirada deja por un rato la memoria personal, sabe indagar en su entorno, en la naturaleza, donde parece encontrar huellas sutiles de las ausencias presentes. En esos detalles minuciosos entramos, con ella, a un mundo cifrado en el rumor de las hojas al viento, en el terruño de la historia familiar, en otros veranos felices.  

 

Silvia Itkin