Monchi Mesa es un hombre solo, una persona de bien, que tiene sombrero, bota y caballo y trabaja como cuidador.
Hay otro, más joven, que llevado por la pasión y el deseo cree necesitar lo que Monchi Mesa tiene.
Hay dos nínfulas, que viven en el enredo y la confusión y van al psicólogo.
Y hay puro malentendido; y ese malentendido es un arte, esa entropía es una forma de avanzar y que el mundo no se estanque, y que nada sea inesperado, pero que a la vez nada pueda ser predecible.
Hay un clima en esta novela, o un universo, que se construye a través del lenguaje. Desde el habla de los personajes que asumen la narración de las tres partes que la integran se llega a un lugar, o se hace ese lugar. Es el lenguaje del noreste argentino y sus formas mestizas, que Closs conoce y maneja con solvencia, el que da cuerpo y carne a esta tragedia -o comedia, elija usted- en la que resuenan sorpresivos ecos clásicos.