Lo que en La casa de la niebla es retórica incandescente de largos versos bíblicos, se transforma aquí en silencio incandescente, en largos blancos donde huye la palabra para aparecer repentinamente y golpear las sienes del lector, fuego más fuego, parece demandar Anníbali en el segundo poema de este libro, dedicado al padre: “padre dormido, ves cómo soy? /alguna vez, mirándote a los ojos, me ofrecí a vos, te llamaba / desde lejos, diciéndote papá, papito, mirame, levantame / de este plato hondo de la amargura, dejá que sea / la criatura de tus sueños, el jardín de las delicias…”
Así, en este acto de intimidad, secreto y misterioso, le habla Anníbali a todas las cosas, incluido el fantasma de su padre. Pocas veces visto el riesgo con que esta poeta se arroja sobre el mundo que toca su poesía. ¿Cómo lo hace, cómo hace Anníbali esa gesta gloriosa? Esto persigue al lector, y sólo su poesía le responde, porque hace lo que debe hacer, ella, Anníbali y su poesía, hacen “las cosas de la gracia”.
Diana Bellessi