¿Quién fue la monja alférez, nacida Catalina de Erauso? ¿La misma que respondía al nombre Antonio de Erauso? ¿La quinceañera a la que, tornándosele insoportable la vida en el convento, decide escapar?, ¿la que, luego, transformó sus hábitos de monja en ropa de varón y así supo pasar desapercibida en tanta aventura militar o romántica anduviese?, ¿la guerrera que no perdía batalla en tierra ibérica o americana?, ¿la que por sus habilidades en el arte de las armas fue autorizada por el papa a seguir vistiendo como varón?
Estas son las memorias de una heroína del siglo XVII que se apartó con violento fervor del camino trazado.
Como señala Gabriela Cabezón Cámara en el prólogo a esta edición: “En la lucha por ese deseo, su lucha, la monja alférez levantó un monumento, un mojón excepcional en la época menos pensada que nos señala la libertad como posibilidad concreta. Peleó sola arrastrando su secreto quién sabe con qué armas —cómo habrá hecho para que no la notaran mujer en un ejército— y así, valiente, sola y ya varón reconocido por merced de !un papa!, habrá muerto en algún páramo entre Lima y Buenos Aires”.