Mujeres como fantasmas de hielo nos esperan en una casa que lleva años abandonada. Abrimos la puerta que cruje contra el piso de madera y vemos la mayoría de los muebles cubiertos de sábanas almidonadas, la tierra una fina capa sobre el blanco, las telarañas amenazando en las esquinas. Estos espíritus como recuerdos de la educación sentimental de la infancia nos miran entrar, desprolijas, fuera de lugar.
En Nadie vive en esta casa, Florencia Defelippe nos lleva de la mano, reconociéndose a sí misma como una niña salvaje, come la fruta de la boca de la madre, extiende el brazo al fondo del océano, roza los dedos de sus antepasadas. Como una gota que cae sobre la piedra, así, su corazón, moldea y llena de calor a estas mujeres. En este libro, Flor reconoce lo que fue domesticado por la fuerza, se encuentra con sus antepasadas y las cuida, las acaricia, como a un perrito herido que habita en el centro de este hogar.