Estas clases, dictadas entre octubre de 1984 y junio de 1985, constituyen las últimas que dio Deleuze sobre cine. El filósofo francés dice que en su tarea de profesor jamás repitió un tema de un año al siguiente, y esto por una razón simple: nunca dio un curso sobre trabajos ya hechos, sino sobre investigaciones en proceso. Los cursos, dice, son la mejor puesta a prueba para las hipótesis, para poner en evidencia debilidades y fortalezas, exigencias y encerronas. Estamos entonces ante el despliegue de la trastienda de una investigación filosófica.
El tema es la relación entre cine y pensamiento, pero desde un punto de partida original. No se trata de analizar qué representaciones del pensamiento hay en el cine, como si fueran realidades ajenas. A partir del carácter automoviente del cine y la idea del pensamiento como autómata psicológico y espiritual, la primera parte del curso fundará una relación íntima entre ambos, y sentará las bases conceptuales para establecer una ruptura entre una imagen del pensamiento fundada en el movimiento y otra fundada directamente en el tiempo. En la segunda parte, dicha ruptura se situará históricamente luego de la Segunda Guerra Mundial y permitirá distinguir un cine “clásico” y uno “moderno”, un cine estructural y un cine serial, que tienen como modelos principales a Eisenstein y Godard. La tercera parte comenzará polemizando con la idea postulada por la semiología crítica de que el cine es un lenguaje, para proponer en cambio una semiótica original que, partiendo de la realidad propia del cine, la imagen-movimiento y la imagen-tiempo, construye una teoría de la especificidad de los enunciados cinematográficos, que comienza con el cine “mudo” y llega hasta Syberberg, Duras, los Straub, y el cine político del Tercer mundo.