Es invierno y salimos igual
el sol ya hizo lo suyo sobre el pasto
En el campo de mi amiga Ire
los caballos andan sueltos
elijo el más alto de la tropa
el negro de ojos fijos fuera del cerco.
pero deja que yo me suba con la ayuda del peón
un pique a los estribos y estoy arriba
tiene el pelo más brillante que haya visto
de tan negro parece blanco Mandinga
empieza a trotar despacio y avanzamos, cruzamos el arroyito
hasta que lo golpeo con el talón como aprendí
y las patas de Mandinga se vuelven rayo
liebre que huye despavorida.
Es hermosa y asusta la velocidad.
Papá dice, cuando las cosas se ponen difíciles
hay que desensillar y esperar que aclare
pero hoy el cielo está descubierto
el sol refulge como una bandera
y mi caballo ahora corre sin que yo pueda detenerlo.
Los domingos por la tarde con papá
es el paseo del parque y sus caballos
camino marcado bajo la sombra de eucaliptos.
Caballos mansos, no hay barro en su pelaje.
nunca lo vi subirse a un caballo
ni siquiera a los que criaba el tío en el pueblo.
Sí lo vi amar a los perros
a Bobby, blanco de manchas negras que murió de golpe
sufrí tanto que nunca más quise tener un animal, dijo.
Mandinga levanta vuelo y yo me prendo a su cuerpo
no es caballo manso preparado con montura.
En el parque, mi hermana y yo no vamos al galope.
Los eucaliptos se abren, lo sé por el aire.
Son altísimos, parece que tocan el cielo.
Mi hermana y yo conocemos a los caballos del parque
y eso es para nosotras lo salvaje.
Creo que acaricio a Mandinga
en la velocidad le rezo al pelaje
que el rayo no nos parta.
Ahora veo el campo entero con los ojos cerrados
tengo el miedo adentro y lo cuido
para que no llegue a Mandinga
que de a poco vuelve al trote
lo que hay que hacer es abrazar
su cuerpo negro hasta su blanco
saber que si dejo de temerle, no me detiene.