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Desde sus inicios, la intención, como forma de procesamiento mecánico del sujeto, lleva consigo la semilla de un impulso mayor: la voz propia. Este esquema que parece cerrarse en sí mismo (es decir, la dirección reabsorbe desde la huella emprendida una posibilidad de darle un todo, una matriz imposibilitada de reproducirse), sin embargo, es tomado como el corolario de varios intentos, y está lejos de ser la suma de una serie de ejercicios. El poeta dirige sus palabras fuera de la zona de exclusión de las palabras, porque lo que define el posicionamiento del escritor de poemas es la aparición de la intencionalidad de la voz. A la pregunta sobre quién habla en el poema, podemos oponerle su autógeno oposicional: quién se oculta en el poema. La poesía, a veces, trabaja desde una textura pagana, en ese sentido, y que tiene que ver con la desaparición del yo. Para Massimo Cacciari, Paul Celan invierte la relación con Dios, es decir, el poeta no interpela, sino que recibe la decisión de ser convocado desde la invisibilidad para volverse palabra en el poema. Decide ser hablado. Allí hay toda una ontología de la inversión, o mejor dicho, el escritor de poesía funciona bajo un régimen de versiones en versión. En ese aspecto, quien habla está disperso, se ve ampliado en su modus operandi hasta arribar a un trabajo sobre la modificación del habla. Lo mismo que en el procedimiento de la escultura, la poesía moderna adultera la materia original (la sintaxis escrita y la gramática hablada, para conseguir, desde un sitio burilado por la corrección, escapar a la tiranía de la legibilidad. Incluso, en las voces en apariencia más transparentes). Volviendo a Celan, el poeta rumano-alemán daba algunas pistas sobre este tema. Al referirse al problema de la lengua, aseguraba no creer en el bilingüismo de la poesía: «Doblez de la lengua, sí, eso sí lo hay….» (2) Da la impresión que se adelanta a la teoría deleuziana del pliegue, aunque lo referido por Celan mantiene al frente un leve corrimiento –leve, por lo sutil, porque en verdad los desplazamientos formales en poesía traen consigo los semánticos, y por ende, siempre debemos hablar de un gran sismo silencioso que troca el estatuto del hablante en la reforma del escribiente.