El escritor profesional se muestra en redes, opina sobre los temas de su tiempo, declara en contra de las injusticias pero nunca pone en jaque la raíz del problema, la crítica es vacía y calculada. Lo suficiente para evitar que lo acusen de superficial cuando postea su selfie. Es joven, bueno no tanto, lo justo para mostrar que rompe con la tradición. No lee, no tiene tiempo para esas cosas, no recomienda a sus contemporáneos. Seamos positivos, tiene agente.
Ser artista o poeta (hubo un tiempo no tan lejano en que el escritor de “narrativa” también aspiraba a que en sus páginas hubiera arte o poesía) es una operación, no se trata de una esencia o un bien. La identidad del artista o poeta es un disfraz que el sujeto se pone durante el tiempo que dura esa gracia, ese juego, ese hallazgo o, si se quiere, menos romántica y más precisamente, esa práctica. Aunque ese tiempo, por supuesto, incluya un “trabajo artístico”, aunque ese tiempo tenga las limitaciones del artista o el poeta mismo.