¿Qué podrían tener en común el velorio de un inmigrante italiano, un nadador principiante y un «carterista que roba tiempo»? Todas las conjeturas (y las bifurcaciones de la imaginación) son bienvenidas. En principio, lo que los une es que forman parte de los dieciséis cuentos que componen esta obra, aunque, afortunadamente, eso no es todo. En su «Tesis sobre el cuento», Ricardo Piglia afirma que todo relato encierra una historia secreta que se construye con lo no dicho, a través del sobreentendido y la alusión. Quienes experimenten la lectura de estos cuentos, podrán corroborar esta teoría cuando se topen con la escritora de novelas policiales (y la sombra eterna de un crimen), con el niño que cambia figuritas o con el cartógrafo del Antiguo Oriente que siempre deja su «marca de autor». En cada relato, se cruza lo que se narra con lo que se intuye. Y cada uno ellos, deja pistas que indican que esta obra es circular.
A estos cuentos también los une la pasión por escribir, por dar voz a personajes que, una vez más, tienen mucho para decir. Por eso, ante estas historias que nadan en una «pileta literaria de muchos carriles», no tenemos más que palabras de agradecimiento.
Felicitas Ilarregui