Las arañas de Marte puede ser leída como una novela epistolar. Pero es, más bien, una falsa novela de insumos literarios: Quique Segovia, desde su exilio sueco, cuenta una serie de acontecimientos ocurridos en el verano uruguayo del 75 a su amigo de la infancia, un escritor tullido que ha sabido tener sus minutos de fama en el mundo editorial rioplatense. La finalidad es que esa epopeya de tugurio sea convertida en un best seller. En la novela entonces deambula Quique con su guitarra Santchordi, siguiendo los pasos del trovero Román Ríos, acompañando los chistes del petiso Simonetti, y sobre todo, aprendiendo el significado del romance y la lujuria con Viali Amor. Pero la aventura se transforma en tragedia y da paso al que tal vez sea el nudo dramático de la novela: entre el 12 y el 13 de abril de 1975 fueron detenidos y torturados cuarenta adolescentes de entre 13 y 20 años en el Batallón de Infantería Nº 10 en la pequeña localidad de Treinta y Tres. En la ficción se cuela la Historia. O en la Historia se cuela la ficción. Sea como sea, hay un diálogo entre lo político y lo estético. Las arañas de Marte es una caja de resonancia en la que retumban David Bowie, la poesía campera, el discurso académico y el lumpenismo provinciano, la bohemia, el whisky barato, Bioy Casares, las revistas Yorga y Kiling, y claro, los momentos más oscuros de la dictadura uruguaya. La novela obtuvo el Premio Bartolomé Hidalgo en 2011, confirmando que Gustavo Espinosa es una de las voces más originales, potentes y conmovedoras de la literatura uruguaya. Es, sin lugar a dudas, una de las obras más sensacionales de la literatura latinoamericana de los últimos años.