Hace varios años se sembraron estos poemas. Pasaron temporales salvajes, sequías, tornados, silenciosas inundaciones. Las semillas crecieron guachas y fuertes en otros libros y en un blog que fue y será mito de la llama. Los versos de Leandro, desde entonces y hasta ahora, abrazan la pasión popular como bandera, con la convicción de hacer carne la metáfora en un puño que grita memoria. La pertenencia flota como un camalote libre de prejuicios: es lo que es y somos lo que escribimos. Me pregunto, ¿por qué lo hacemos? Creo que escribimos para seguir buscando lo que nos conmueve. Acaso la vida no valga más que por el placer de la belleza que encontramos hasta en el dolor, acaso el humo que nace de frotar una palabra con otra sea la promesa que necesitamos para creer en nuestra hoguera, y sobre todo, en la certeza de que vamos a quemarnos. Acaso la vida no valga más que por el misterio que lleva adentro y Leandro entienda que hacer eso poema es la excusa para compartir la conmoción del vértigo que nos conduce a sentirlo todo, como si la vida fuese la luz de una estrella fugaz que nos regala su maravilla.