“Notre-Dame-des-Fleurs hace aquí su entrada solemne por la puerta del crimen, puerta escondida, que da a una escalera oscura, pero suntuosa. Notre-Dame sube la escalera, como la subieron muchos asesinos, no importa cuáles. Tiene dieciséis años cuando llega al descanso. Golpea la puerta, luego espera. Su corazón late fuerte, porque está decidido. Sabe que su destino se cumple, y cuando sabe (Notre-Dame lo sabe o parece saberlo mejor que nadie) que su destino se cumple en cada instante, tiene el puro sentimiento místico de que ese crimen lo convertirá, en virtud del bautismo de sangre, en Notre-Dame-des-Fleurs. Está emocionado delante o detrás de esa puerta, como un novio de guantes blancos…”
J. G.
La bomba Genet. El libro está ahí, terrible, obsceno, impublicable, inevitable. No se sabe por dónde tomarlo. Es y será. ¿Obligará al mundo a transformarse de tal modo que pueda aparecer en él? Para mí, es el gran acontecimiento de la época. Me irrita, me repugna y me maravilla.
Jean Cocteau