Cuando alguien solo tiene oídos para sí mismo es inevitable que las voces se multipliquen en su cabeza, se aferren solo a la corroboración de las propias certezas. Es algo que con cierta frecuencia suele ocurrirles a los hombres de genio. Lo que hace la sordera física es, paradójicamente, corregir esa conducta solipsista: hay que fijar la atención en las voces ajenas. Un Sarmiento crepuscular, sordo, alerta a todo como un ave rapaz, consigna unos apuntes –una suerte de memoria ligera– donde registra su encuentro con Chopin, sus diálogos con la hermana de Nietzsche –quien, junto a su marido, pretendía fundar una sociedad utópica en medio de la selva del Paraguay–, sus opiniones sobre Alberdi en tanto pianista, la música de Wagner, la extraña movilidad de las cataratas del Niágara…. Pero el libro es intervenido por las explicaciones y añadidos esclarecedores de un editor que intenta apropiarse de la obra hasta casi lograr decir Sarmiento c’est moi. La audición es una audaz y reveladora novela de ideas donde lo riguroso y lo posible se concilian a partir de observaciones agudas, penetrantes y finísimas pinceladas de humor.
Luis Sagasti