En 1988 pareció clausurarse la década de los ochenta para el rock argentino.
Aquella escena que floreció de la mano del rock-pop democrático, un lustro
más tarde, ya estaba ahogada en la frustración económica y experimentaba
la muerte de tres figuras indispensables para la época: Luca Prodan, Miguel
Abuelo y Federico Moura.
Algunos años antes y lejos de todo, en Cañada de Gómez, una localidad del
sur de Santa Fe a 70 kilómetros de Rosario, un puñado de pibes recién
salidos del colegio secundario fundan el grupo Punto G y, con notable
intuición, ecualizan el sonido de la época y se preparan para el despegue
nacional: ganan un polémico concurso de bandas en Rosario, tocan en el
Chateau Rock 88 y obtienen un contrato con la multinacional CBS para
grabar —en 1989— el disco debut con producción de Fito Páez. En Los trenes ya no vuelven más, Diego Giordano relata el derrotero de Punto
G y en el mismo trazo sobrevuela la existencia de las bandas rosarinas que
orbitaban en ese momento único. La escena transcurre en Cañada de Gómez
y en Rosario, pero también en la ciudad de Córdoba, las oficinas de CBS y la
célebre sala-estudio de Fito en la calle La Mar de Buenos Aires. Una épica de
lo que fue y de lo que pudo haber sido en manos de cinco pibes que,
montados en el hit ‘Cae lenta’, le pusieron el punto final a los años ochenta.