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Todo acto de escritura es un acto de destrucción, y todo escritor se destruye a sí mismo al cortar paño sobre su propio traje, o al desgarrarlo en el acto mismo de la autobiografía. Pero ¿se tratará en verdad de una autobiografía? Nora García, la protagonista de esta Historia y de otras más (El rastro, por ejemplo), es una mujer que experimenta el mundo a través de su cuerpo y de otras nimiedades; es más, se conecta con él desde la punta de los pies, y si éstos van calzados con zapatos de diseñador, el camino por andar se vuelve menos arduo.
En su poema «Las palabras», de su libro Libertad bajo palabra, Octavio Paz dice: «Dales la vuelta/ cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas, / dales / azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, cápalas, / písalas, gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, / destrípalas, toro, / buey, arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras.»
Poema que abre una reflexión sobre el lenguaje, quizá otra de las vertientes de esta Historia, una exploración de las palabras materia-prima que se comportan como un cuerpo femenino degradado, el cuerpo de la puta que al violentarse chilla. Se trataría entonces de una verdadera doma de la bravía, de un intento por devolverle a las palabras su más flagrante literalidad, dejarlas a flor de piel: «A una puta le colorean de encarnado los pezones. A las putas les chupan los pezones encarnados, se los muerden, se los pellizcan, se los lamen, se los lastiman: chillan.»
El cuerpo de Nora García es un cuerpo azotado, pinchado, desecado, castrado; la narradora ha experimentado desde su cuerpo el mundo entero; el de Nora es un cuerpo que puede torcerse, destriparse, endulzarse (se le da por su lado), sorberse (se le usa como alimento), un cuerpo móvil, inestable, femenino (domeñable), al que literalmente un buey y un toro -o un cocinero- pueden doblegar, vaciar, aniquilar, dejarlo listo para una cocina del texto, palabras desplumadas o destripadas como si fueran aves o bestias, cuyo gaznate se retuerce como antes se le torcía el cuello al cisne.
La memoria se convierte en una farsa, «cae» en la farsa, en la de fragmentación del cuerpo y de la de la experiencia que posibilita destruir no sólo la historia de Nora García, sino los signos de una existencia previamente delineada, donde sólo los zapatos conectan con la realidad.