Un tenedor para hincar
un diente,
dos, tres, cua
que tengan algo
de pan,
dos, tres, cua
que tengan algo
para dar, quitarse el gusto,
trocar placer
por dolores,
un tenedor gastado,
sin un diente,
dos, tres, cua
que tengan algo
con qué reír, morder,
chistar a un pájaro.
Y si no es una piedra preciosa/ sino simple arenilla/ guardada a un costado/ del tintero.(...), duda la poeta de su dicha, de lo que ha dicho, de lo que su poética está diciendo. Pero vida y poesía –en Gruss, hasta que la muerte las separe–, dan como resultado esta contundente lírica de altura, anclada sin embargo en la modestia de los objetos firmemente apegados a la tierra, una lírica, se diría, de la pura realidad. Nunca digan que poseo una voz /particular, nunca mi garganta plagió tanto/ el borde de ese río: el río de la vida, el borde donde se ancla el verso, lo que la voz aprendió hasta volverse clara, darse luz a sí misma, iluminar desde adentro la superficie de las cosas.