La gran diferencia entre un escritor y un trabajador de la escritura (o un escritor profesional) es que el escritor profesional controla su obra. Se pone al servicio de la demanda. Que la novela no sea muy breve, pero tampoco muy larga, que se adecúe aun género, que no haya demasiados diálogos, que sea latinoamericana, pero no del todo. Ese escritor inspecciona su escritura subido a una torre de control y con el agente literario al teléfono. En cambio, el escritor no profesional, no puede controlar su corazón, tiene que hacer el libro que tiene que hacer, hasta las últimas consecuencias. Tiene que escribir lo que tiene que escribir. Aunque no sea el libro que le conviene, aunque destruya su figura de autor, aunque no sea lo que se espera de él, aunque le adviertan que así, no tendrá muchas traducciones ni premios. Y sobre todo, aunque lo puedan cancelar. Un poco como los que trabajan con material explosivo: nunca saben cuándo finalmente va a fallar y a explotarles la granada despedazándoles una mano.