Hace poco más de un siglo, una familia partió de Sorrento y se instaló en Mar del Plata para abrir un hotel y luego una trattoria cerca de la playa. Podría tratarse de una familia cualquiera de las tantas que inmigraron por esos años, pero esta tuvo una participación especial en la cultura argentina: inventó los sorrentinos, una pasta que hoy se come en todo el país.
La trattoria pasó de las manos de los padres a las de los hijos, y del hermano mayor al menor, el Chiche, un hombre que amaba el cine, la porcelana traída de Europa y la buena conversación, alguien para el que el mal gusto era un rasgo imperdonable y que, apenas con una ocurrencia, podía convertir una situación banal en una anécdota que se contara por años en las sobremesas.
Virginia Higa recogió las piezas de un relato familiar para escribir una novela sobre este personaje inolvidable, y sobre mujeres y hombres de aparente sencillez que protagonizan amores eternos y soledades profundas, muertes, traiciones y canciones, anhelos de costas lejanas y profecías de videntes, mientras celebran el idioma común de un clan inquebrantable.
Como en las mejores comedias –especialmente las italianas–, en Los sorrentinos todo se mezcla y se confunde: la risa con el llanto, el destino de una familia con el de un país y la vida bien vivida con la más afortunada de las herencias.