Imaginemos, por un instante, un reloj que señala la hora invertida. Al menos dos veces al día, las agujas tropezarán con la verdad. Y el resto del tiempo no traicionará la certeza: solo nos deslumbrará con ese minuto imposible, no imaginado, ese interludio fugaz que habla desde el silencio. Esta máquina poética y perfecta, animada por engranajes invisibles, existe. Lleva la firma de Fabián Iriarte, quien, entre “penetración” y “caricia”, elige la habilidad de leer el texto/ escrito sobre la piel. Como elige las estrellas en sus raudas rutas y la paradoja de lo pleno/ en el vacío.
Pocas probabilidades de lluvia promete un tifón de cabellera ondulada, que escribe con caligrafía secreta lo que los días apenas revelan. La costura imperceptible de una fractura. Como esas esferas de cristal en cuyo interior comienza a nevar apenas una pequeña mano las agita, Iriarte construye paisajes sin vértigo que abarcan desde una visita con la abuela Antonia al Zoológico de Buenos Aires hasta una excursión al Guggenheim donde se descubre la luz de la ceguera. Entonces, vemos. En la breve prosa de “Tres afirmaciones” se nos informa que el lenguaje hiere, duele, el lenguaje cura. Y es en estas instancias donde “el hombre transparente” que asume el sujeto poético de Iriarte une, con filamentos de oro, los dispositivos eruditos y elegantes al misterio que va de la herida a la curación, al asombro al que nos somete el sigilo del lenguaje.
Christian Kupchik