Guillermo Iuso no se parece a nada que haya cerca. Se puede forzar el estilo para hacer de cuenta que sí. Pero esta invención heroica es a la vez devocional y emocionante. Épocas de brillo retórico menos mitigado que el de la década en curso ofrecían temeridades epigramáticas que rivalizaban con imágenes de un cruzado realismo, para orientar, llegado el caso, «la verdad» y contrastar modelo y artificio; pero en Iuso, todo es real (en la medida en que nada lo es, como atestigua «Strawberry Fields»). Es real y está ocurriendo sin que nadie saque ventajas ni conclusiones. No el que cuenta los hechos, dueño de una honestidad ajena por completo al desparpajo; no los hechos, transcriptos en rigor de lo que prueban y con recomendable impaciencia. Iuso es, en potencia y acto, el sujeto y el predicado de una innegable «confesión» que despliega en grados, a lo largo de los años, el arco de diferenciación del artista, con el antecedente ilustre e intocable de San Agustín.
Luis Chitarroni