Hay una atracción evidente en las muchas ciudades de las que se dicen cosas buenas. Pero no puede ni lejanamente compararse con la atracción de una ciudad de la que siempre o casi siempre se dicen cosas adversas. Por eso Bahía Blanca, la puerta de acceso a la Patagonia en el sur de la provincia de Buenos Aires, es la heroína de esta novela. Porque una ciudad así cargada de negatividad se vuelve un lugar ideal, el mejor de los mundos posibles, para alguien que necesita olvidar, anular, suprimir: para alguien que necesita, precisamente, negar. Y es eso lo que le sucede a Mario Novoa, el héroe o antihéroe de esta historia.
Porque su historia de amor (Bahía Blanca es una historia de amor) ha llegado a ese punto terrible en el que lo desesperado y lo impasible se unen y funcionan a la vez. Cuando eso pasa, no hay otra opción más que el olvido. Pero el olvido requiere tanto esfuerzo y tanta dedicación, tanto tiempo y tanto esmero, como la propia memoria. Y no hay menos épica en una cosa que en la otra. Sin ninguna duda, nos hallamos ante la mejor novela de un imprescindible autor argentino.