Una casa de sueños, reales o irreales, qué más da, las cosas fuera o dentro del ser; lo incierto es que se van trasfigurando y son posibles proyecciones del viajero, que arremolina recuerdos, deseos, juicios, imágenes, tan propias como ajenas, para ir enturbiando rincones con el fluir precioso del tiempo. ¿La nueva poesía se hará de esta desgracia inútil? ¿De las cenizas de estas sentencias, de los requechos del romántico desentendido, de la implacable destilación del propio corazón saldrá algo? Poesía de paso. Está claro: donde vaya el viajero llevará su destino. Mecanismos, juguetes, espejos, vitrales, digo; ¿Dónde está lo real?";. La memoria mixturada no deja en paz a este poeta que percibe en las ciudades imágenes hechas de imágenes y en el final de ese claroscuro de laberintos la figura de una feme, ¿fatal?, casi siempre. Europa no es la moderna, no es la racional, a esa Europa más vale verla en su revés, obra de la sombra de brujos y oscuros alquimistas; noche tortuosa por la que viaja en carruajes, trenes o aviones. Digámoslo entonces: Dos ratas blancas giran en un círculo / a la velocidad de la neurosis; ¿Por qué? Porque la belleza, al parecer, es una maquinaria inalcanzable, la poesía puede agotarse, destruirse a sí misma y siempre por ella; su juego ilusorio. El poeta lleva en sus ojos de viajero un candil de lo que en la literatura y la imaginación ya recorrió, y ahora está aquí, en el sueño irreal de su mundo irreal. En la noche apolillada de insomnios laten secuencias, aliadas de la autoridad, y la inquietud de que el lenguaje es una bóveda surcada por una sardónica iluminación: decir que, en lo real, o en la poesía, los otros cuerpos son frutos ácidos.