No hay palabras ante la muerte. Sin embargo, muchas veces el trabajo del duelo impulsa la escritura. El primer libro de Julieta Lopérgolo no parece un primer libro: hay una voz asentada y en tensión, que une potencia y delicadeza. Una enfermedad terminal permite ensayar la despedida, anticipa y quizá alimenta el dolor, genera otras preguntas. Aunque uno tenga en claro que la muerte nos toca a todos, el hecho concreto, actualizado, guarda algo de sorpre sivo y violento. Este libro atraviesa un camino en el cual la muerte del padre hace temblar al mundo, reacomoda vínculos, da otra significación a lo cotidiano, establece una nueva mirada. Escenas, preguntas, recuerdos e invocaciones a la naturaleza van hilando un proceso de transformación. Y no sólo hay dolor en ese tránsito. Aunque la ausencia por momentos puede ocuparlo todo, el libro trasciende ese aspecto. De un modo hermoso, cuenta una experiencia vital. Hablarle o leerle a alguien que está inconsciente, que no sabemos si oye, que deseamos que escuche, pedir que las palabras de alguna manera resulten protectoras... eso, tan bien expresado en uno de los poemas, puede entenderse como metáfora de la escritura. Para que exista esa isla conmueve la mirada de cualquier persona. Dan ganas de agradecer su profun da humanidad.
Salvador Biedma