Un mariachi célebre, un futbolista en decadencia, una iguana perdida, una máquina de escribir fallada, un secuestro exprés. El humor y la angustia en un mismo movimiento, lo tragicómico como horizonte de nuestro tiempo.
El cuento entendido como pincelada, huella, resto. La ficción coqueteando con la crónica, y la crónica con lo real. Y siempre la ciudad como telón de fondo.
Otra muestra de la magistral capacidad de observación de Juan Villoro para detectar la perplejidad del mundo de las grandes metrópolis.
“Suficiente tuve con lo de los caballos. Nadie me ha visto montar uno. Soy el único astro del mariachi que jamás se ha subido a un caballo. Los periodistas tardaron diecinueve videoclips en darse cuenta. Cuando me preguntaron, dije: ‘No me gustan los transportes que cagan’. Muy ordinario y muy estúpido. Publicaron la foto de mi BMW plateado y mi 4x4 con asientos de cebra. La Sociedad Protectora de Animales se avergonzó de mí. Además, hay un periodista que me odia y que consiguió una foto mía en Nairobi, con un rifle de alto poder”.