“Los libros se inclinan hacia lo definitivo y, comparados con la conversación, salen debiendo”, dice Isabel Zapata, y es difícil no estar de acuerdo, aunque después de leer este libro, su libro, prevalece la sensación de que estamos aún en plena sobremesa, con unas cuantas horas por delante para seguir practicando el deporte vertiginoso y sensato de matar el tiempo. Sus frases fluyen con una soltura infrecuente, personalísima. Cita mucho pero nos pilla volando bajo, casi no nos damos cuenta de sus énfasis, porque cada frase ajena surge con la naturalidad de un comentario al paso. La literatura tiene que quedarse un rato largo en la vida para volver a ser literatura.
Aunque cada uno de estos ensayos surge de una obsesión y apunta con claridad a un tema, ella siempre consigue sobrevolar lo expositivo o lo informativo. Disuelve sus propias certezas, se mira mirar, prueba. No le teme a la parálisis, ni a la tristeza, ni a la incertidumbre; no las evita. Este libro, aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, proviene de una serie de enfrentamientos radicales. Bueno, tampoco lo sé. Lo supongo. Imagino a la autora escribiendo de a poco, para entender lo que pensaba, o para descubrirlo.
Estos ensayos nos interpelan, a veces de forma directa, otras veces veladamente, como con una amabilidad tácita. Otra manera de decirlo: dan ganas de contestarle a este libro. Con monosílabos, con silencio cómplice, o con frases largas, tartamudas y agradecidas.
Texto de Alejandro Zambra