Melisa Mauriño sigue el derrotero del relato oral de Caperucita y el Lobo, que originalmente confrontó la inocencia infantil con lo siniestro de un modo descarnado para advertir a las niñas sobre el peligro letal que acecha en lo desconocido, pero sacando de su escondite a un corazón que revive ante el contacto con otro cuerpo distinto al propio: “Llevo mi corazón en la mano, / es una lámpara caliente”. El lenguaje se sexualiza en estos poemas donde de pronto asoma la influencia de Marosa Di Giorgio en la exuberancia y el erotismo de ciertas imágenes de la naturaleza. Y también, en este coro de voces que alimentan la de Mauriño, se hacen oír el padre de los arquetipos, Gustav Jung, o la experta en siniestros, Alejandra Pizarnik: “¿Cómo sería la sombra / de mi sombra si existiera?” […] “Mi sombra / es la sombra del lobo”. Es en la conciencia de que ese peligro que está afuera también habita dentro de ella misma, que Caperucita da con la llave para dejar de ser hablada y contar, por fin, la otra historia.