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Descripción

No creo que entendamos cabalmente ni a nuestros padres ni a nuestros hijos. De hecho, estas personas -las más cercanas que pueda imaginarse- son el espejo diferido en el que tratamos de escrutar nuestra propia imagen. En el proceso, que es vertiginoso, los padres envejecen, los hijos crecen y nosotros mismos reajustamos el yo todos los días ante el panorama cambiante de la realidad. Hijos y padres son referencias de navegación, como los faros o las formaciones estelares: brillan para nosotros en la medida en que nos desplazamos quién sabe hacia dónde.
Los padres suelen proyectar en sus hijos los vacíos de sus propias vidas. Muchas veces endilgan en ellos el mandato de sus destinos inconclusos. Los hijos huyen de esa fatalidad de la especie en un intento casi desesperado por la individuación. El psicoanálisis ha revisado este fenómeno hasta el hartazgo.
Estas crónicas están enfocadas en los escenarios cotidianos del fenómeno. Me parece que el tema empezó a hacerse visible para mí una vez que fui padre. Antes sólo estaba dedicado a huir y no tenía ojos más que para las vías de escape. Mis hijos me devolvieron a mis padres, como si trajeran, con las preocupaciones, los miedos y las alegrías, el tramo circular que le faltaba a mi existencia. Sé que he abusado de las imágenes en esta aclaración. Esto sucede siempre que un hecho o una circunstancia nos excede al mismo tiempo que nos compromete profundamente.
(Roberto Merino)