La muerte no es, en los doce cuentos que completan Mockba, una entelequia abstracta exhibida en el laboratorio simbólico de la especulación teórica. En estos relatos, la muerte es una presencia que demanda roce, ritual, una arquitectura y una palpable relación con el devenir de los personajes. Lo que interesa aquí ya ha dejado de ser la finitud de la existencia. Más bien, lo que se explora es el punto de intersección entre los discursos sobre lo mortuorio y el efecto de la palabra como pulsión viva.
Es cierto que, en estas páginas, Diego Muzzio introduce cementerios, enterradores, deudos y profanadores de tumbas, pero también un par de gemelas antiestalinistas, un elefante desbocado o adolescentes que interpretan piezas de Sófocles. De este modo, la referencia tanática queda desplazada con astucia: deja de ser monomanía de la obra, para transformarse en un marco fértil, un entorno para el surgimiento de las innumerables circunvoluciones alrededor del pathos humano. El hallazgo de Mockba, lo que le otorga coherencia y brillantez, es doble. Por un lado, radica en contar doce historias absolutamente disímiles, que sin embargo conservan un hilo conductor corroborable desde lo temático. Por otra parte, Muzzio sabe reactualizar el código de la narrativa clásica, de modo tal que su apuesta formal redunde en una colección de relatos que son, a un tiempo, estilísticamente potentes y conceptualmente reveladores.