Desde su título, este minucioso diario que el artista y cineasta Derek Jarman escribió entre 1989 y 1990 aborda una pregunta crucial para los intereses no solo de la militancia y las expresiones LGBT, sino también de la mayoría de las identidades contemporáneas. ¿Qué relación puede establecer con la naturaleza una subjetividad marcada, desde la cultura, por el sesgo de lo “antinatural”? Y en todo caso, ¿con qué naturaleza? A las imágenes de la norma, el hábito y la regularidad, estas páginas oponen el ámbito de lo silvestre, lo espontáneo, de aquello que logra hacerse lugar incluso ante condiciones adversas; a toda concepción de la naturaleza como un orden atávico u originario, oponen una experiencia material en que lo natural es la mutación y el pasado –encarnado en el fantasma de la erudición– no es más que un ensamble de restos de la historia. La cultura es lo dado; la naturaleza, lo que se cultiva.
Al descubrir en 1986 que era vih positivo, Derek Jarman decidió retomar una de sus más preciadas aficiones de infancia y cultivar su propio jardín en la árida zona costera del cabo de Dungeness, al sur de Inglaterra. Sus reflexiones sobre esta experiencia conjugan un exhaustivo inventario botánico con el archivo de la historia del activismo y la experiencia homosexual en Gran Bretaña; los detalles del proceso de creación de una de sus más bellas películas, The Garden, y la concepción de Eduardo II con su trabajo junto a bandas como los Pet Shop Boys, y el registro de su historia clínica con una miríada de anécdotas que incluye a figuras tan disímiles como David Hockney, Robert Mapplethorpe, Matt Dillon, Vivienne Westwood, Annie Lennox y Tilda Swinton. Entre lealtades dispares, lecturas y chismes, Jarman le propone a quien lea este libro una intimidad tan inquietante como esa naturaleza moderna que engendra y protege bajo la forma de un bello y antinatural Edén cultivado en uno de los parajes más desolados del mundo, frente a una planta de energía nuclear, en un desierto de piedra.