«Lo que hay en estas obras de Santiago Loza es el acceso a un momento esencial del teatro: la catarsis, el espejo, la identificación con lo que está sucediendo. Y eso no puede explicarse, eso sucede, ocurre, en el presente. Catarsis como una conversión en uno mismo a través del otro. Hay un momento en el que, por fin, lo intelectual, lo reflexivo, lo lógico desaparece y aparece, de un modo muy profundo, lo emocional, lo primitivamente humano. Ese lugar donde uno puede meterse adentro del otro para reconocer lo propio. Lo que ocurre es, entonces, religioso, en el sentido etimológico del término: la acción de volver a ligar lo que está desligado. Estas criaturas, extraviadas de sí mismas, se vuelven a encontrar, por fin, en el tránsito que recorren. Eso arde en todos estos textos, esa es la gran epifanía: personajes que vuelven a armarse, a reconocerse, que llegan, después de largo viaje, a un lugar donde todas las cosas del mundo arman una suerte de unidad. Y aunque esa unidad no exista, aunque estén quebrados, el deseo máximo de estos personajes, finalmente, es ser y es poder quererse en ese ser.»