Una vieja vitalista, en la plenitud de su cuarta edad, dispara una incontenible efervescencia verbal en forma de monólogo para repasar los hechos de su vida. En su ilación, la infancia, la adolescencia y la juventud van y vienen del presente en una suerte de permanente continuo en el que el lenguaje asume un rol protagónico: una mente mayor ejercitándose en el arte de la memoria, embutida en un cuerpo que se mantiene en forma gracias a una equilibrada combinación de gimnasio, sexo y paseos en moto.
¿Qué hace esta mujer en su discurso? ¿Presume, alardea, desvaría? Se diría que, más bien, todo a la vez. Una rara avis, pero con la lucidez para integrarse socialmente y pasar desapercibida, esta Mosca blanca, mosca muerta conserva intactos –o está absolutamente decidida a recuperar, ¡a su edad!– la capacidad de asombro, el deseo y la voluntad de contarlo todo sin pelos en la lengua.