La protagonista de Té de litio pasa sus días
en una monótona oficina donde fantasea
con fecundar al guardia y destruir los
parlantes, mientras repite mantras para
faltar a terapia, ese espacio que la contiene
y repele por igual.
Frente a la doctora, elabora el relato
pormenorizado de sus robos: el miedo, el
shock, la victoria final al salir con la cartera
de cuero o el vestido escote corazón, la
culpa, el odio de sí.
Llegar a casa significa convivir con Garnet
y sus caprichos, con las mellizas suicidas y
con los números pares e impares, que a
veces la dejan sola, conectada a su bloque
de dolor.
Soledad Olguin escribió una novela que no
se parece a ninguna otra y que echa luz
sobre los resquicios de nuestra mente.