Saliva de vidrio cuenta una temporada de pasión y distancias, y la presenta astillada en casi treinta poemas.
Con una voz grave y elegante, de una modulación muy reconocible, los poemas construyen las escenas y el clima de una pasión y de cómo luego esa pasión colapsa, arrebatada por el calor de su propia intensidad. Los cuerpos “se orbitan luego se devoran luego explotan”, y esa disolución da lugar al brillo de más poemas que cuentan nuevas noches y estados. De mandrágoras y de observación, en la humedad de la selva, en el asfalto de Congreso, en los videojuegos de la playa. El libro va avanzando, intuitivo, hacia algún aprendizaje o sensación de libertad.
“Aún/ deshecha/ aceleré mi engranaje/ una vez más/ hacia el amor”, afirma sobre el final la voz de los poemas, porque logra poner en práctica una “nueva habilidad”: la de apartarse y despedirse, haciendo lugar, desde la poesía, a lo desconocido.