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Descripción

“La primera vez que me declaré a mi madre, tenía tres años (según los biólogos, los primeros años de nuestra vida son los más inteligentes. El resto es cultura, información, adiestramiento). Yo tenía propósitos serios: pretendía casarme con ella. El matrimonio de mi madre (del cual fui un fruto temprano) había sido un fracaso, y ella estaba triste y angustiada. Los animales domésticos comprenden instintivamente las emociones y los sentimientos de los seres y procuran acompañarlos, consolarlos: yo era un animal doméstico de tres años”.

De esta manera, Cristina Peri Rossi empieza La insumisa, una autobiografía que cuenta desde sus primeros años de vida hasta su exilio en España en 1972, del que no ha regresado. Al mismo tiempo, sintetiza quirúrgicamente en este corto fragmento muchas de las principales obsesiones que ha desarrollado a lo largo de sus casi 60 años de carrera, desde la colección de cuentos Viviendo (1963), en una prolífica producción que, entre cuentos, novelas y poesía, abarca cerca de una cincuentena de títulos, en los que se desarrolla un universo muy personal y sólido, y una de las trayectorias más brillantes y parejas entre los escritores uruguayos vivos.

Puede decirse que La insumisa es la autobiografía que todo fan desearía leer y a la vez una plausible puerta de entrada al universo de Peri Rossi para quien aún no haya entrado. Su obra total, si bien es diversa en cuanto a temáticas, formas, escenarios y personajes, es atravesada por una serie de leitmotivs, de interrogaciones y reflexiones sostenidas y profundizadas obsesivamente que permiten reconocer su marca personal desde sus tempranos y veinteañeros inicios hasta el día de hoy. Y estos leitmotivs, interrogaciones, obsesiones, están todos y cada uno presentes en este texto, pero en este caso articulados desde la experiencia vital. Experiencia vital que, citando a Felipe Polleri, “si no la dejás entrar por la puerta entra por la ventana”, pero que, luego de haberla percibido desde varias ficciones y desde la camaleónica destreza de la autora para canalizarla en personajes masculinos y femeninos, desde infinidad de circunstancias vitales desde el nacimiento hasta la muerte, se entiende que en este libro entró por la puerta más grande posible y con alfombra roja.

Como personaje del relato de su vida, como la niña, adolescente y joven Cristina, Peri Rossi se retrata como se ve su literatura: inquisitiva, porfiada, cuestionadora y, sobre todo, apasionada. Una de las vetas más celebradas de la autora es el erotismo, particularmente el erotismo lésbico, aunque no solamente, ya que en muchos textos también explora la eroticidad masculina y la masculinidad en sí. Pero en Peri Rossi lo erótico no se queda en una celebración lúdica de los sentidos o el cuerpo, o en el derecho al placer desde una reivindicación identitaria o de género. Sus indagaciones en las pasiones amatorias son, en realidad, una vía hacia una honda reflexión filosófica y antropológica en relación con el deseo, entendido como motor no ya de la existencia, sino de la vida. Pues la existencia solamente transcurre, mientras que la vida lucha por subsistir, y se enfrenta a las limitaciones y obstáculos que la existencia le impone. El deseo resulta constitutivo de la identidad del individuo (hombre, mujer, niño, niña, qué más da: Peri Rossi puede meterse y meternos en cualquiera de esas pieles), pero al mismo tiempo lo enfrenta a lo otro. “Lo otro” como “el otro”, es decir, como ese ser en el que se deposita el deseo pero cuyo deseo, en tanto el otro también es un ser viviente y, por tanto, deseante, puede no coincidir con el nuestro. O como las limitaciones que las circunstancias vitales (familia, contexto social, imperativos morales) imponen al individuo en la consecución de su deseo, como la imposibilidad de Cristina niña de casarse con su madre. Imposibilidad que la madre atribuirá a la diferencia de edad, evitando aludir a que ambas son del mismo sexo (Cristina posteriormente le agradecerá no haberle mencionado ese tabú, pero se enterará de su existencia con sus primeros enamoramientos adolescentes). Y, finalmente, “lo otro” como lo verdaderamente fatal, las circunstancias verdaderamente inevitables que alejan al deseante de lo deseado, la muerte, el exilio y los vaivenes del tiempo, el espacio, en fin, la Historia, con mayúscula.

La inexorabilidad, voracidad y omnipotencia del deseo atraviesan toda la literatura de Peri Rossi en sus aspectos eróticos y no eróticos. Con la misma coherencia, en La insumisa en particular, no hay gran diferencia conceptual en sus interrogaciones al deseo cuando se trata de casarse con su madre a los tres años de edad, o de su primer enamoramiento propiamente dicho en la pubertad, o de su primer beso, o de aquel día de su infancia en que intentó rescatar algún corderito de un rebaño en cuyo embarque ferroviario había participado inocentemente, sin pensar que eran destinados a faena, o en cuanto recuerda a un indigente que tocó la puerta de su casa pidiendo un yesquero viejo y negándose a recibir cualquier otra dádiva porque, por algún motivo, deseaba un yesquero viejo y no otra cosa. El deseo aparece como una manifestación de la voluntad de vivir, y al mismo tiempo como una medida de las limitaciones de la existencia. Por este y otros motivos, la literatura de Peri Rossi, si bien resulta sumamente adecuada para ciertas reivindicaciones identitarias (sin lugar a dudas, fue una pionera en lo que hoy llamaríamos “literatura LGBT”), las trasciende indiscutiblemente.

En La insumisa, anudadas a esta gran obsesión, aparecen las demás: el exilio, los desplazamientos, las distancias, en el propio exilio de la autora-protagonista y en la evocación de los abuelos inmigrantes. Lo masculino y lo femenino como formas del deseo (lo que en Peri Rossi es como decir identidades), y la violencia posesiva de la virilidad identificada en su padre alcohólico y golpeador. Los animales, omnipresentes en los recuerdos de su estadía en el campo para recuperarse de la tuberculosis que sufrió a los cuatro años, y que a lo largo de su obra aparecen también interrogándonos sobre nuestra propia constitución como seres biológicos, nuestra propia animalidad. Y sobre todo, el amor ligado íntimamente a la búsqueda de la libertad, donde se anudan lo inexorable con lo libremente elegido, las pasiones instintivas y animales con las más espirituales y elevadas, las pequeñas historias con la Historia con mayúscula.