Conservo cuidadosamente el original con todas sus anotaciones escritas a mano, así como las observaciones del adversario y compañero de fatigas a un tiempo. Sí, adversario, porque ambos se profesan gran aprecio y admiración, pero son, si cabe, aún más exigentes consigo mismos por temor a no brillar a la altura que la ocasión impone. En resumen, y en sus palabras: jugamos, pero no bromeamos. Carlo dejaba pasar largos meses antes de responder, confesándome por teléfono que il Maestro lo sumía en laberínticos retos de creciente dificultad. Finalmente encontraba su solución, y en el decurso de dicho vaivén me convencí de que ese fructífero e intenso intercambio espistolar entre ambos no estaba exento de ciertos, y muy certeros, golpes. Otra metáfora inevitable: batíanse en duelo como en una partida de ajedrez.» Daniele Di Gennaro Hacía tiempo que nos habían revelado que ambos estaban trabajando en un experimento a cuatro manos. Los dos maestros más grandes de la noevla negra italiana. ¿Qué cabía esperar de tamaña alianza. El resultado es una deliciosa novela breve, pero una obra que se antoja como un divertimento ligero y de gran densidad a un tiempo. La idea de partida tenía como premisa invitar al diálogo a sus dos investigadores: la inspectora boloñesa Grazia Negro y el comisario Salvo Montalbano. Élla, la viva imagen de la determinación, valiente, intrépida. Él, desencantado, agudo, egocéntrico. Una colaboración cuyo desenlace los obligará a situarse al margen de la ley para resolver el caso que les ocupa, enrfentándose, para ello, a la propia policía y a los servicios secretos. Dos personalidades distintas, casi incompatibles, diríase, pero cuyo feliz encuentro resuelve el poliédrico galimatías al que se enfrentan.