Margarita García Robayo es la hija de un linaje nuevo, del linaje que ella misma funda en su literatura, el de una ética tan despiadada como bella. Es capaz de escudriñar en la memoria, pero también de hundir el escalpelo en el propio músculo hasta llegar al hueso del malestar para escribir un tratado sobre la individualidad y el misterio de saberla y de callarla. En este libro de crónicas y relatos inclasificables el lector es arrastrado como por una ola violenta, por algo así como lo que la misma autora describe en su crónica sobre el mar, una fuerza más fuerte que la gravedad. De una madre singular a un padre aún más singular, de sus relaciones sepultadas a la maternidad del amamantamiento esclavo, del amor y la vulnerabilidad al cinismo neurótico, en Primera persona el yo se desliza con una escritura certera y exquisita. En estas páginas la descripción de una fruslería puede encerrar una daga existencial, hasta que en el siguiente párrafo la idea se disuelve con la efervescencia de lo pasajero. La trampa es que, de pronto, creemos divagar con Margarita sin destino, pero estamos atravesando en una canoa frágil el río Aqueronte. Consagrada por sus cuentos y novelas, García Robayo entrega aquí más de lo que alguien puede esperar de una cronista honesta: la transparencia abisal de sus sentidos.