Cuando iba a la primaria unos libritos de Billiken sobre mayas, aztecas e incas que me estudiaba casi de memoria y los usaba para complementar lo que aprendía en la escuela. Obviamente ahí todo era muy sintético pero igual había algo de esas culturas que me interesaba mucho. Creo que me atraen más que otras porque sus motivos, las cerámicas, los decorados, son diferentes al canon de belleza griego con el que nos educan el ojo en general en las bellas artes (...) Ese entusiasmo arqueológico viene también de algunas enciclopedias que leía y de unos viajes con mi papá y mi mamá a las ruinas de Cayastá en Santa Fe y a un yacimiento de Neuquén, en la Patagonia, que se llama El Chocón y donde encontraron restos de dinosaurios. A partir de esa experiencia tuve una época en la que decía que quería ser paleontóloga, pero duró poco. Después, de grande, en una materia de la facultad que se llama Problemática del Arte Latinoamericano, vimos cómo los muralistas mexicanos retomaban temáticas que tenían que ver con la cultura mesoamericana y lo primitivo y calculo que así me di cuenta de que todo esto me iba a gustar para siempre.