«¿Y las cosas, qué hacer con las cosas?», se pregunta Geraldine en su primer libro, Poemas traducidos. «Las cosas que vayan a parar al río total ya está lleno de basura». En el lenguaje, ese riachuelo donde se agitan sonido y sentido, existe lo que no. Aquello que se hunde y no se descompone, aquí brilla por hambre . Ante un mundo que exige certeza, un yo se masturba y llega tarde, ¿a dónde? ¿A cuántas lecturas, libros, batallas? ¿A qué cumpleaños, vanguardia? Intuimos, en todo caso, que llegar tarde a todo y perder los zapatitos, en esta versión de las hadas, da igual. Gracias a eso hay poema, hay nosotras. Sin época que nos corresponda, sin épica que nos enorgullezca, todo ruido regresa «como plaga». Años atraviesan el libro: mapa de un cuerpo que insiste, repite hasta el hastío, promete y se despista, pero prescinde de ingresos demostrables: «el departamento se entrega en dos semanas». Duran los fracasos, por traducir. Las frases, el malentendido. Secreto está a salvo, «el placer del hallazgo» contiene el acierto del primer error: haber elegido perder en lugar de contar cómo fueron las cosas. Haberse mofado de eso. Si hay tradición «llevar a cuestas el mandato» entonces andar distraída por el mundo es un regalo para todas: diversas, anónimas, nuestras cosas -membranas o basura- regresan como poemas.