Una mañana de 1968, Bette Howland se despierta y no sabe dónde está. Días atrás intentó quitarse la vida ingiriendo un frasco de pastillas para dormir. Estaba en el departamento de Saul Bellow, con quien tuvo un breve romance que terminaría convirtiéndose en una entrañable amistad durante más de cuarenta años. Como tantas mujeres a lo largo de la historia, Howland se sintió abrumada frente a la crianza, prácticamente sola, de dos niños pequeños, una serie de trabajos precarios, un catálogo de mudanzas y la imposibilidad de tener un cuarto propio en donde poder dedicarse a la escritura.