“Necesitaba tanto estar enferma como que me lo confirmaran. No hay consuelo en unos ojos cerrados. Tuve ganas de levantarme del sofá y darle un abrazo al Dr. Magnus, pero no conocía a aquel hombre, solo me dio un papel: Venlafaxina (Vandral Retard) y que me cuidaran. Lo tuvo que dictaminar él: que me hicieran caso urgente y que estuvieran pendientes. Llevaba un sello en mi mano. Me puso muy contenta disponer de esa autoridad: soy débil, muy débil, enclenque, escuchimizada, inconsistente, fragilísima. Hasta me entró la risa y el Dr. Magnus me miró con desconfianza. Tienes depresión, volvió a repetir”.
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Con una promisoria carrera como escritora y un futuro por delante, un día la vida de Almudena Sánchez se detuvo. En este libro, que escribió durante esos años despiadados, intenta encontrar una explicación, un origen para tamaña tristeza. Su infancia, su vida cotidiana, sus sueños, sus pesadillas, todo sirve para tratar de entender cómo llegó hasta allí. Acompañada por su psiquiatra, por sus seres queridos y por esas pastillas rojas que de a poco la devuelven a la vida, Almudena se aferra a los libros y lee.
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Con extrema sinceridad y destellos de humor al hablar de aquello “que no deja cicatriz para demostrar que has pasado por algo atroz”, en Fármaco, la autora disecciona el sufrimiento y lo exorciza llamando a las cosas por su nombre. Esa será una de sus armas para comprender y sanar.