Todas las primaveras, el Teatro de Burbujas del Bello Kazuo y la Bella Ike se instala en el pueblo de la pequeña Kukiko. Hasta que un día Kazuo e Ike deciden retirarse. Kukiko nunca consigue olvidar esa magia de su infancia.
Dos semanas después de cumplir veinte años, se reencuentra con Kazuo. El tiempo fue despiadado con su belleza. Su dentadura apenas conserva seis piezas carcomidas. Tampoco tiene pelo, camina con esfuerzo. Mientras conversan y beben un té horrible, en una casa amarilla junto a un árbol de nueces, el Viejo Kazuo la mira con su ojo bueno mientras el otro, el de vidrio, permanece oculto por la sombra. Kukiko no puede evitar enamorarse. O quizá su amor siempre estuvo ahí, esperando agazapado a que el tiempo que los separaba se hiciera más pequeño.
En la tradición del Ukiyo monogatari, el clásico del año 1600 que enseña a disfrutar los placeres de esta vida sin pensar en mañana, Martín Sancia Kawamichi construye una historia de deseo y urgencia, donde pezones oscuros como moras, o como dátiles, o como almendras asadas, hacen estallar burbujas mágicas que deberían rebotar y abrirse paso sin romperse por pueblos o ciudades, atravesar nieves, brumas y bosques.
Miguel Sardegna