De los malentendidos que rodean la lectura de 40 watt, tal vez el más inocente es el que propone leerlo como una novela en verso. Menos obvio y más decisivo me parece, en cambio, el que irradia desde su título mismo. Porque lo cierto es que, aunque la poca luz del título podría sugerir una vocación realista, de lo que se trata más bien, acá, es de nombrar el procedimiento. La lamparita de 40 watt es el equivalente del espejo convexo de Ashbery: el símbolo del artificio que sostiene esta escritura. A pesar, o más allá, de la nitidez, la plasticidad y el detalle de las descripciones, la penumbra o la media luz anunciada en el título de este libro es el símbolo de una voluntad de opacar. Luz y oscuridad: menos objetivista que barroco, barroso o manierista, Taborda anima en el lector una ilusión semejante a la de quien, agradando la imagen con un largavistas, cree poder acercarse a un detalle que permanece esencialmente inasible. La historia, la novela, en ese sentido, es una especie de trompe l’oeil, una profundidad ficticia en un escenario sobre el que se proyectan otras imágenes, por momentos alucinatorias, pesadillescas. Imágenes sobre imágenes: versos: paradoja de un libro que levanta, no sin alarde, una especie de gran aparato narrativo, para apoyarse al fin, sin embargo, en lo esencial de la poesía: el placer del verso. Luz, oscuridad, y en el corazón de esa oscuridad, un Kurtz de los arrabales de Rosario, del barro del Paraná, de las postrimerías del siglo XX.
Miguel Ángel Petrecca