Podemos estar solos. Tenemos que estar solos. A veces. Hasta que un día, un pájaro que llora nos ofrece su compañía inevitable. O, a lo mejor, se nos ocurre que sería una buena idea llenar el mundo de huecos y pozos y nos levantamos de ahí, para ir hasta allá con una pala. O vemos caminar en el cielo a los muertos, en el cielo limpio y azul, sin nubes. Y, sentados en la mesa de una boda ajena, con amigos eventuales, con la tarde encima, señalamos arriba un lugar que nunca vimos y probamos decir: aquello podría ser alguna cosa que nos importe y nos conmueva. Hasta que un día, leemos estos cuentos. Solos y quietos podemos estar.