Elías Faur sufre una descompensación el día del casamiento de su hijo menor y acaba en una clínica. Lo que en principio parece resolverse con una intervención simple, se complica y Elías entra en coma. Hernán y Anita, los recién casados, y el entorno familiar cercano –Natalia, la hija ortodoxa, Martín, un financista con sede en Puerto Madero seguidor de un gurú que pregona los beneficios del frío extremo– quedan a partir de entonces en suspenso: buena parte de la vida de todos queda ligada de algún modo a la de ese cuerpo dormido, pendiente de una espera que parece perder sentido día a día. Sin embargo, ese tiempo suspendido se transforma para cada uno de ellos en la posibilidad de una epifanía.Un buen judío podría leerse como una novela coral sobre los logros y fracasos de toda práctica religiosa; una novela anclada sólidamente en un lugar y un momento –sería prácticamente impo- sible imaginar este relato fuera de una Buenos Aires contemporánea–, y una trama urdida a partir de las huellas de una herencia colectiva que dan forma a la historia personal y a los vínculos, tanto familiares como electivos.