El libro de los polacos
Escribo esto en medio de una primavera negra. Desde hace días camino con el original de un libro muy particular. Voy de allá para acá, como un tenista insistente, tratando de devolver todo lo que me tiran. Así, bajo un estado de ánimo que se resiste a ser entregado, abro el Libro de los Polacos y leo unos versos tallados en el frío de otro mediodía. La voz de una chica que vivió en otra época, en otro lado del mundo, logra comunicarse conmigo. Es difícil –entre tanto material impreso- creerle a un texto. Es complicado que unos versos pequeños, una respiración ajustada y algebraica logre parar nuestro diálogo interno, ese del que somos esclavos, todos los días, dale que dale. Pero la voz se instala por su propio peso, nos lentifica el paisaje, nos muestra el otro lado del vestido, el retorno de lo reprimido, la sangre que bombea en nosotros a través de nuestros antepasados. Hay una chica hablando un lenguaje extraño, poderoso, en un hotel o un terreno baldío, en Siberia, Warszawa o escribiendo en un locutorio del barrio de Once. No importa dónde. Cierro y abro este libro en silencio. Como si estuviera en misa en una iglesia de hielo.
Fabián Casas